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Claves para entender y afrontar la adolescencia

  • Durante la adolescencia, el cerebro se va desarrollando y madurando, lo que provoca "desbarajustes en el comportamiento"
  • La psiquiatra Anabel González nos orienta en Tras la tormenta sobre los principales desafíos de esta etapa vital
Seis adolescentes, tres chicos y tres chicas con ropa informal, miran sus móviles sentados en una barandilla de un espacio público.
Los principales desafíos durante la adolescencia pasan por la búsqueda de identidad propia y sentimiento de pertenencia al grupo. ISTOCK
MARTA CERCADILLO

Un día te pide abrazos. Al siguiente, impone silencio. Antes quería que le acompañaras a todas partes. Ahora cambia de acera si te ve por la calle. Les da cringe o lache –vergüenza ajena en jerga centennial y Alfa– ir contigo. No estáis en el mismo mood (estado de ánimo) ni compartís vibes (atmósfera que transmite algo o alguien). Ese "mírame" constante ya no les "renta" y se convierte en un "no me des la chapa" o un "no me rayes".

No es fácil de asumir ni de sobrellevar. Ni para ellos ni para quienes les crían. Pero es normal. Es sano. Y también, necesario. Es la adolescencia. Ese periodo de la vida entre la niñez y la juventud que comienza con la pubertad y no termina hasta el desarrollo completo del organismo.

Bienvenidos y bienvenidas a esa fase que, como señala la psiquiatra y presidenta de la Asociación EMDR España, Anabel González en Tras la tormenta, con Cristina Hermoso de Mendoza, "es una auténtica tempestad".

"Durante la adolescencia el cerebro sufre una revolución. Al igual que con su cuerpo, que les crece desgarbado y sin la forma definitiva, a los adolescentes el cerebro les crece en unas zonas más que en otras", explica.

La parte emocional se les desarrolla antes que la racional. Por eso, insiste González, "van a funcionar de una forma mucho más impulsiva".

La zona que regula el sentido común, la capacidad de planificación y de reflexionar sobre las consecuencias de lo que puede ocurrir se encuentra a esas edades en plena transición. No está madura y no lo estará hasta bien enterada la veintena. "El cerebro no termina de crecer por completo hasta los 25 años". "Esas áreas prefrontales no son capaces de frenar esos impulsos de los adolescentes".

¿Resultado? Gritos, lloros, protestas, enfados. Sentimientos a flor de piel. "A nivel de comportamiento vemos unos desbarajustes grandes", dice la experta.

Por eso los adolescentes se encienden y se apagan rápidamente. Por eso se contradicen y dudan. Por eso actúan antes de pensar. Y por eso buscan, sobre todo, saber quiénes son. Y lo hacen a trompicones, a veces desde el rechazo, otras desde la indiferencia, pero, casi siempre, desde la desvinculación familiar.

"Es el momento de mayor desarrollo de la autonomía", destaca González. "La autonomía se va ganando progresivamente y aquí es cuando empezamos a desvincularnos de las figuras paternas y a desidealizarlas". El progenitor pasa de GOAT ("Greatest Of All Time" o "el mejor de todos los tiempos") a NPC, es decir, a persona poco carismática que ni pincha ni corta.

"El adolescente comienza a permitirse tener una visión diferente, aunque esté en construcción", resalta la psiquiatra. Así que no, ya no vale todo lo que pidan mamá o papá. El "porque lo digo yo" no tiene ni fuerza ni poder. No sirve.

"Esta es una etapa de reformulación completa de la identidad. El adolescente empieza a expresar quién es y comienza a diferenciarse de lo que sus padres han dibujado para él o ella o de lo que él o ella era para ellos. Los padres pasan a ser vistos como personas, y no como figuras simbólicas de referencia. Son destronados de su posición preferente", comenta González.

Y es que hay que hacer hueco. El trono ahora lo ocupa el grupo. Sus panas –amigos en el argot de las generaciones Zeta y Alfa–.

Porque en esta etapa pertenecer lo es todo. "Cualquier adolescente, incluso cuando el sentido de pertenencia dentro de la familia está bien trabajado desde la infancia, le hace más caso a los amigos que a que a la familia", subraya González, que insiste: "A estas edades es más importante que cualquier otra cosa".

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Ello lo prueban a través de distintas máscaras. Una banda favorita, un estilo de ropa, una forma de hablar. O de pensar. Tantean identidades. Se busca. Se construye. Ensayo y error. Y entre tanta búsqueda, a veces aflora la confusión. En ocasiones, se pierden.

Porque aferrarse a etiquetas para definirse no siempre es la opción más eficaz. "No se necesita ponerle nombre a todo. Se trata de entenderse. Y entenderse a uno mismo es saber qué es importante para mí, cuáles son mis objetivos, qué es lo que quiero y qué es lo que me gusta", recalca González.

Y no, no es nada sencillo. "A veces se encontrarán y, otras se perderán. Es normal estar perdidos durante un tiempo", tranquiliza la experta. De hecho, es esencial. Es sano. "Si no se produce la independización de la mente de nuestros padres, en las relaciones futuras podríamos funcionar de una manera demasiado dependiente", advierte.

Por lo tanto, paciencia. Mucha. No queda otra. Hay que estar ahí. Porque "la adolescencia se pasa. Pero mientras pasa, es intensa". Desgasta. Y a veces duele.

"La receta principal es la santa paciencia. Los padres se convierten en los sparrings de ese adolescente que está entrenando para pelear con el mundo", cuenta González. Se rebela contra ellos, los cuestiona. No es personal. Es parte del proceso y, además, una oportunidad: "Lo que aprenda peleando contra nosotros, luego les sirve para gestionar los enfrentamientos en su vida adulta".

Por eso, advierte la psiquiatra, "no tiene que ser un combate ni dañino ni sangriento. No debe ser hostil, pero sí firme. Es complicado porque una de las funciones de los adolescentes es poner a prueba a sus padres y medir hasta dónde llegan sus límites, sus fuerzas y lo que son capaces de hacer y decir". Así que, insiste: paciencia y firmeza.